Consideraciones sobre el caso del arte de Sígena

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Patrimonio, propiedad y posesión son conceptos diferentes
El patrimonio cultural puede ser sea de quien sea y esté donde esté. Mucho del patrimonio catalán no es de propiedad pública, la Sagrada Familia, por ejemplo, es propiedad del Arzobispado de Barcelona y el claustro de Cuixà está en el museo Cloisters de Nueva York. Nadie duda, sin embargo, que ambas obras formen parte del patrimonio cultural catalán. Las obras de Sígena, estén donde estén, sean de quien sean, siguen formando parte de la herencia de la Corona de Aragón y por tanto siguen siendo patrimonio cultural de Cataluña.
La condición de patrimonio cultural de alguien no es excluyente. Una obra puede formar parte de varios patrimonios culturales diferenciados. Las películas de Buñuel, por ejemplo, a lo menos se puede decir que forman parte del patrimonio cultural español, aragonés, mexicano y francés. No hay ninguna contradicción en afirmar que las obras de Sígena forman parte, por tanto, igualmente del patrimonio cultural catalán como aragonés como, no nos olvidemos, del patrimonio cultural universal.
Poseer patrimonio implica deberes y derechos
Disfrutar de patrimonio implica derechos, el derecho que éste forme parte del propio relato. Pero también supone deberes, fundamentalmente el deber de protegerlo, estudiarlo y darlo a conocer. Estos deberes no deberían limitarse a aquellos bienes de los que se disfruta la propiedad, ni siquiera aquellos que se ubican en el propio territorio. El barrio judío de Girona fue recuperado gracias a los recursos que aportó la embajada de Israel, buena parte de la cooperación cultural española se dirige a la recuperación de la huella española en antiguos territorios coloniales y, en otro ámbito, la Bressola es financia, entre otros, con la aportación de la Diputación de Lleida. Se entiende como una responsabilidad compartida la preservación de estos bienes culturales.
Desatender la preservación, el estudio y la difusión del patrimonio propio es una irresponsabilidad que implica graves consecuencias, la más traumática es la desconexión entre el patrimonio y el relato. Cuando ello ocurre, en cierta medida, el patrimonio deja de ser patrimonio o se convierte en un bien invisible e inútil. En Cataluña, por ejemplo, la falta de suficientes estudios, de referencias y de presencia del legado histórico andalusí lo ha hecho desaparecer del imaginario compartido.
El conflicto no es sobre patrimonio, estamos ante un conflicto de convivencia
El territorio de Lleida, la grapa que cosía la Corona de Aragón y que enlaza Cataluña con España por poniente, está sujeta a unas dinámicas que tanto lo enriquecen como lo tensan. Esta no es una circunstancia exclusiva de nuestro caso. Muchos son los territorios en los que se produce este hecho, Alsaciano, el Friuli, Transnistria, el Donbass, Karelia, Olivenza … En algunos casos las tensiones se resuelven bien y en otras no. Lo que está encima de la mesa ahora, y especialmente, es como vertebrar la convivencia entre dos comunidades vecinas, hermanas, profundamente relacionadas pero donde encontramos dos culturas e identidades diferenciadas. Este es el reto y los conflictos en torno al patrimonio del antiguo obispado de Lleida sólo son el reflejo del fracaso en su gestión.
Ahora bien, esta circunstancia no es nueva ni excepcional. De hecho lo que ha pasado es el más coherente con la historia de Lleida. Nuestra ciudad, por el hecho de encontrarse donde se encuentra, ha recibido por todos lados y siempre ha salido mal parada. Parece ser que no somos muy hábiles gestionando conflictos cuando la vía para hacerlo son los tortazos. Lo más dramático del caso no es haber sido testigos de un lamentable hecho excepcional, lo más triste es ver que no aprendemos, que repetimos errores, que, llevados por cierto optimismo irresponsable y cándido, creemos que esta vez sí, que ahora Lleida, que Lleida marcha.
Lleida, en su tiempo, fue próspera, fue rica, fue ciudad capital y esencial. Esto ocurrió cuando no era frontera, cuando se encontraba en el centro del territorio de la Corona de Aragón, cuando la convivencia entre culturas e identidades diferenciadas no estaba exacerbada por una frontera impertinente. La frontera no es el problema pero, el mundo está lleno y no en todas partes se arremeten. El problema es emplear la confrontación entre las poblaciones de ambos lados para negociarla. La situación actual es fruto de la acción de aquellos que han menospreciado el valor de la convivencia para priorizar otros hitos sin atender a las posibles consecuencias.
El drama de la situación vivida, por tanto, es un problema patrimonial siquiera en parte, el gran fracaso es el no haber sido capaces de emplear el patrimonio compartido por construir un discurso común. El gran fracaso es haber hecho más difícil la convivencia. Emplear el 155 para llevarse las obras del Museo de Lleida es una decisión errónea e ineficiente que tan sólo hace el problema más grande.
La batalla es nacional, el problema es local
El patrimonio es una herramienta de vital importancia como vehículo para la construcción de las identidades locales y el refuerzo de los mecanismos de pertenencia. Claro que también puede ser motor de desarrollo económico pero su especificidad radica en su valor intangible. De hecho, que el conflicto de convivencia estalle en una querella en torno al patrimonio constata la trascendencia específica de este. Si el conflicto fuera, pongamos por caso, por unas fincas, fácilmente se resolvería con una permuta. Todos los habitantes caudales de la Franja entienden que más les vale un hospital potente en Lleida que 10 de raquíticos esparcidos por todo. En la salud no nos va la identidad y la dignidad, no nos importa el origen del doctor si nos cura. Ahora bien, en cuanto al patrimonio, una solución equivalente, un gran equipamiento compartido óptimamente acondicionado, no es razón suficiente si implica renunciar a sentir que tu patrimonio es tuyo. El arte de Sígena es tan «nuestro» para Lleida como lo es por Villanueva de Sígena y estos dos «nuestros» no deberían ser incompatibles. Las piezas reclamadas no deberían volver a ninguna parte ya que nunca han marchado. Lleida era y es su casa pero esta obviedad se desinfla y se convierte papel mojado si desde Lleida no tenemos la capacidad de convencer a los vecinos de la Franja de este hecho. Si ellos no pueden sentir que su patrimonio continúa en su casa. El gran fracaso del Museo de Lleida y de la gestión que se ha hecho desde Cataluña ha sido la incapacidad de construir un discurso que permitiera sentir el equipamiento como un bien útil y compartido, como la solución caudal que es y que debería parecer. Está claro que la predisposición por parte del otro lado ha sido escasa, por no decir inexistente, pero que los retos sean difíciles no excluye que deban emprender. Hay, sin embargo, que haya voluntad, es necesario que se quiera encontrar una solución, hay que tener claro que la solución existe por difícil que sea. No parece que haya sido el caso. En un momento dado los dos frentes de la batalla han encontrado el enemigo óptimo para hacer oscilar las espadas y conducir la situación a un enfrentamiento del que no se puede salir sin dolor. En toda batalla hay víctimes.Quan los generales se retiren al cuartel, cuando la berrea del conflicto disminuya, las obras no sé donde serán pero el problema se quedará aquí. Serán los ciudadanos de la tierra de frontera, de ambos lados que, una vez más, se quedarán solos a recoger los escombros y construir los nuevos tabiques de la convivencia. ¿Quién quiere vivir odiando y siendo odiado por el vecino? Este odio es lo que nos toca empezar a pensar cómo debe ser gestionado y curado. Lleida ha sido destruida 14 veces y siempre ha logrado renacer. De esta saldremos. No puede ser de otra manera. Lleida es una ciudad Fènix. Marc Vidal nos cuenta la historia de Chinguetti, una ciudad de Mauritania que, acosada por el desierto, es reconstruida cada ciertos años un poco más allá. Extrañado por el hecho de que, a pesar de la murga que supone tener que rehacer todo, los vecinos no decidieran abandonarla o construirla mucho más lejos le preguntó por este hecho a su amigo Aman. La respuesta que recibió es toda una lección. De hacerlo, le dijo, les quitaríamos a las próximas generaciones el placer de repensarse, de empezar de nuevo a partir de la propia desgracia. Quizá Lleida es como Chinguetti, una ciudad obligada a repensarse y no dejar de hacerlo. Quizás, al fin y al cabo, este es nuestro patrimonio más importante.
Artículo de Alfred Sesma (Comú de Lleida)
 

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