Cierra la caja Pandora

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Al principio, la gente había aceptado de vivir separada del exterior, como habría aceptado cualquier otra molestia temporal que no trastornara sino alguna de sus rutinas. Pero, de repente, conscientes de ser víctimas de una especie de secuestro, bajo la cubierta de un cielo donde el verano empezaba a hervir, sentían de manera confusa que esa reclusión amenazaba toda su vida, y, cuando llegaba la noche, la energía que recobraban con el fresco los inducía a realizar actos desesperados. Año 1947, Albert Camus publica «La peste» y con ella fragmentos como el transcrito que nos evocan irremediablemente a la realidad que vivimos.

Después de 50 días de confinamiento fue emocionante escuchar el anuncio que hizo el Presidente del Gobierno Español: podremos hacer deporte en la calle y pasear a partir del 2 de mayo. ¡Qué bien!, fue el primer pensamiento. ¡Qué triste!, fue el segundo. El filósofo francés Nicolas Grimaldi decía que «creemos que somos libres sólo porque tenemos libertades». Afirmaba que sólo tenemos una visión negativa de la libertad, es decir, sólo tomamos en consideración aquellos derechos que nos han sido vulnerados.

En nombre de la vida y de la colectividad hemos aceptado la renuncia a nuestras libertades individuales. Y eso lo hemos hecho, quizá, de forma demasiado gratuita, me explico. Lisboa nos sorprendía el Primero de Mayo con una manifestación donde los y las participantes mantenían las distancias de seguridad, aquí con suerte pudimos abrir el mercado el último sábado.

Y está claro que la renuncia a la libertad individual en pro de la vida es incuestionable, pero no hay que perder de vista que esto ha de suponer un pacto social temporal, un esfuerzo colectivo casi inhumano. No sabemos si la excepcionalidad durará semanas o meses. Pero mientras tanto, hay que blindar la democracia y todos los valores que le son innatos: solidaridad, respeto, igualdad y cooperación. Una cosa es pensar que la convocatoria de manifestaciones no es apropiada, y otra es prohibirlas sin condiciones. Una cosa es la discrepancia, la responsabilidad y la sensatez, una muy distinta es la prohibición. Y ahora vosotros podéis pensar que exageramos, pero, y si pensamos en el acto de propaganda política que hizo la comunidad de Madrid con IFEMA? Allí sí que no se respetaron las medidas de seguridad y sanitarias.

A la renuncia de las libertades individuales se le suma la lucha contra la desigualdad. Las personas que por sus trabajos están obligadas a acudir a trabajar, y por tanto, están más expuestas al coronavirus son las que más se están infectando: personal sanitario, trabajadores/as de supermercados, cuidadores/as o repartidores/as. Este hecho coincide con trabajos precarios y con viviendas de 60 metros cuadrados. El virus no conoce de clases sociales pero la situación de las clases sociales es determinante a la hora de concretar los efectos que puede tener sobre la salud.

En definitiva, es un buen momento para replantearnos la realidad que vivimos. En una crisis como ésta, que no sólo afecta a la sociedad en su conjunto, sino también cada una de nosotros en un nivel profundamente personal, es vital escuchar no sólo virólogos y epidemiólogos, sino también sociólogos, filósofos, politólogos y etnógrafos. Es vital determinar en qué modelo de sociedad nos convertiremos a partir de ahora.

Cuando Pandora abrió la caja se escaparon de su interior todos los males del mundo: el odio, el egoísmo, el racismo… (quien sabe también si el coronavirus). Cuando pudo cerrarla, sólo quedaba, al fondo, Elpis, el espíritu de la esperanza. Debemos elegir si queremos seguir siendo una pieza del engranaje que organiza el mundo o bien un interruptor disruptor que apague la oscuridad y nos abra la puerta a la esperanza de una nueva oportunidad de repensar la vida. En todo caso, la esperanza será lo último que vamos a perder, seguro.

Elena Ferre Toldrà (concejala por el Comú de Lleida)

Imatge de Montse PB a Flickr

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